Querido hijo;
Con el mismo silencio de la despedida, te escribo …No hay paño que
seque las lágrimas de una madre, ni una oración que te haga llegar los
sentimientos, ni puedo enviarte los silencios de la casa en una foto…
pero estás en cada día, en cada hora, en cada segundo, en cada gota de
rocío de mis ojos y, las recojo de mis manos, las beso y las coloco en
tu rostro.
Estás en cada rincón que tropiezo y alargo mis brazos a tu encuentro, te
presiento arrimadito a mí, rebosante de ilusiones y te miro tanto, tanto,
que aún siento tu calor cuando te mecías en mis brazos o cuando te
ocultabas como un pajarito triste. Pero hay cosas en la vida que suceden
aunque parecen crueles e innecesarias. El pajarito triste de sonrisa pícara
con hoyuelos, aprendió a volar para dar rienda suelta a sus sueños y, en
la quietud de un día cualquiera, quiso guarecerse al calor de otras latitudes,
lejos del nido…
Y ahora hijo, el nido me queda grande, te siento tan cerca y tan lejos y, me
aburro de no encontrarte, aunque en todo lo que toque están tus huellas.
No hace mucho que te has ido y, los días ya parecen eternos, perdona mi
egoísmo, no hay rencor en mis palabras mustias, solo trasparencia de un
sentimiento que nadie, nunca, jamás, me podrá arrebatar.
Hoy, he servido la mesa para cuatro como cada día, con los humildes
aderezos que provocaban nuestros dolores de cabeza…¡qué si esto o
aquello no me gusta!..¡y mí delantal!...mi delantal ávido de los olores a humo,
soltaba flecos de melancolía, ¡ya no llegas a la hora del fiambre!, entonces,
vuelvo a la realidad y, recuerdo el sonido del equipaje recorriendo el pasillo,
han quedado sus ecos flotando en el aire, dan vueltas y vueltas en mi cabeza
y al final, acabo fatigada de lágrimas, rumiando tu marcha…
No hay dolor en lo que escribo hijo, te consta, yo te recuerdo y tú me
recuerdas, entramos y salimos los mismos sitios, doblamos juntos la misma
esquina, respiramos el mismo aire, estamos tan cerca y estamos tan lejos…
los muebles extrañan tu desorden, los calcetines ya no aparecen en lugares
extraños, tu habitación ya no parece victima de un tornado, tus zapatos, acostumbrados a pernoctar debajo de la cama, o uno en el salón y otro en el
pasillo, se sienten encerrados en el armario…¡ah! apareció la toalla amarilla,
la playera... llevaba dos meses encerrada en la mochila, aún estaba húmeda,
y aunque estaba llena de hongos, me pareció que olía a tí…¡y qué más quieres
que te cuente! quizá, que nuestro corazón gemelo espera ansioso el
rencuentro en un año nuevo, no te preocupes, los meses se nos pasaran
volando y llegará ese día, será la víspera , cuando nuevamente desayunaremos
todos juntos.
Tú, surge hijo, nunca te faltará la llave de la casa, ni estas manos que
escriben y planchan en las tardes nuestros corazones arrugados, ni el beso
reprimido que se quedó oculto a flor de labios, pero si vuelves, no vuelvas
vencido ni triste, cuando regreses, trae contigo un camino blanco, ven sin
piedras en los zapatos, que yo prometo ese día, no tener lluvia en mis ojos,
ni tempestad en mi alma. Prometo esconder mis desiertos para abrazarte,
prometo que mis manos arrugadas, se volverán esencia para acariciarte y,
el beso que cruje en mis labios te brindará la bienvenida más hermosa.
Hoy, hay un vacío en mi vida, pero soy fuerte. tú y yo nos hemos dado la
vida, por eso sé, estoy segura, que en ti no ha habido una marcha y en
nosotros no habrá nunca un reencuentro. Hoy solo sé, que tú, mi polluelo,
has tenido que emigrar a Suiza, ¡la vida es así!...y mi lápiz suicida me ha
pedido que escriba aunque me duelan los dedos y crepite mi piel en el
forcejeo, y escribo hijo, con el mismo silencio de la despedida , en la mesa
que ya sabes, con los humildes aderezos, pero hoy, justamente, los bocados
se me han hecho intragables.
¡Te quiero!...
C.R.N. (2012)
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